Son unos 60 kilómetros desde Copiapó a la mina San José. Un guardia solitario con muchas ganas de romper su monotonía diaria, más una decena de perros, es lo más vivo que se puede encontrar en este paraje más desértico aún, luego de la épica de 2010. A lo sumo, a la entrada, un monumento, una imagen religiosa bien enrejada y las 33 banderas alusivas a la milagrosa sobrevivencia de los mineros, aportan un toque más turístico -si cabe el término- a un pedazo de tierra abandonado a la suerte de las causas judiciales tras el accidente. Todo se confabula para ser una alegoría al olvido tras la euforia. Algo muy común tanto en el mundo de la minería como en el de la política.